Bajo la sombra del algarrobo se resguarda un grupo de trabajadores de la mina de arcilla del caserío de Las Casitas, en el kilómetro 7, de la vía que conecta a Valledupar con La Paz (Cesar). Unos cuantos ladrillos y un tablón hacen las veces de banco, que les sirve para descansar por turnos de la jornada. Es la mitad de la mañana y aún quedan las horas más duras, cuando el sol no da tregua.
En sus manos y pies la arcilla endurecida, y sobrepuesta por capas en la piel, se ve como si fuera parte de una armadura incompleta. La mayoría van descalzos. Trabajan en cadena, como en cualquier otra fábrica, solo que sin máquinas. La producción depende de la fuerza de sus manos, la resistencia de su esqueleto y el clima: mucho sol o mucha agua son igual de perjudiciales.
La materia prima es la arcilla que sale de manera natural del suelo. Su arte es la fabricación de ladrillos artesanales, moldeados a mano, y quemados en hornos de leña que desde lejos se ven como pirámides humeantes. Este oficio es una tradición en el caserío de Las Casitas, y el por qué Luis Herrera llegó a vivir allí con su familia. Con este negocio ha logrado sacar adelante a sus hijos, conseguir un terreno y dejar atrás los días de violencia y miedo.
Llegó al lugar de incógnito, o mejor dicho como cualquier otro de los que se han aventurado a apostarle su futuro a la ladrillera. Con su mujer, sus dos hijos, cien mil pesos en el bolsillo para el arriendo del primer mes y un carrito que los condujo desde Carmen de Bolívar hasta aquel lugar en medio de la carretera con aires de paz.
Ninguno de sus vecinos sabía de su pasado, de su pertenencia a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), de su posterior desmovilización en 2006 y del tiempo que él y su familia pasaron de un lugar a otro huyéndole a los rezagos de su "vida de bandido" como el mismo lo dice.
Tampoco habló de que aprendió a leer y escribir siendo un adulto, que terminó el bachillerato hace apenas un par de años o de su formación en el SENA en Mercadeo y Ventas. Ni mucho menos de que las visitas que recibía en ocasiones, no eran de familiares y amigos lejanos; sino de profesionales de la ACR que llegaban a monitorear los avances de su proceso de reintegración y a brindarles apoyo psicosocial a él y su familia.
Sueños de arcilla
La trama de ladrillos secos y apilados en la mina de arcilla deja ver que es hora de prender la hoguera. Luis se acerca a una de los hornos a acomodar la leña, el fuego debe mantenerse de manera constante todo el día y la noche.
El negocio de los ladrillos le ha dado para contratar a dos trabajadores que se encargan directamente de los oficios en la mina, él los supervisa. De este mercado dice que es como el del dólar, "los precios bajan y suben según la demanda y las variables de la producción". Cada ladrillo se vende entre 230 y 270 pesos, y las ventas están por lo general aseguradas. "Los ladrillos de Las Casitas son famosos. A la mina llegan camiones directamente de Valledupar, La Paz y La Guajira a recoger el producido, ni siquiera hay que ir a hacer el esfuerzo de comercializarlos en el mercado".
Irónico como parezca para un fabricante de ladrillos, Luis sueña con una casa hecha en material. El terreno ya lo tiene, a pocos metros de la mina, faltan las paredes para terminarle de dar forma al nuevo hogar de su familia; que hoy está moldeado por latas que dividen los espacios. En el lugar designado como el patio descansan las cinco lavadoras, cada una de 14 kilos, que obtuvo gracias al Beneficio de Inserción Económica de la Agencia Colombiana para la Reintegración, ACR, como parte de su proceso de reintegración; y que alquila, por horas, a sus vecinos.
En vez de los 1.500 pesos habituales que se cobran en la zona por este servicio, él ha decidido prestarlo por solo 1.000 pesos, "para que las mujeres puedan lavar más tiempo, sin apuros y sin gastar más. Hay que ayudarles a los demás". Del negocio de las lavadoras se encarga su esposa, claro con su ayuda, para transportar las máquinas de casa en casa.
Adiós a los días de guerra
Algo tan simple como escribir su nombre con caligrafía clara es uno de los mayores orgullos de Luis Herrera. "Antes del proceso de reintegración yo no sabía ni escribir ni leer, solo servía para seguir ordenes; hoy ya escribo mi nombre bonito, administro dos negocios y lo más importante cada día puedo comerme el desayuno acompañado de mi familia".
De cómo sus amigos y vecinos se fueron enterando de su pasado, fue algo que les fue revelando de a poco, por miedo a lo que pudieran pensar de él, y sobre todo para proteger a su familia. Pero era una historia que necesitaba contar, estaba harto de esconderse, de guardar secretos, fue su manera de liberarse.
Sus vecinos no lo juzgaron. Lo oyeron, quedaron en silencio y prefirieron darse la oportunidad de conocer al nuevo hombre: el que sonríe ante las adversidades, sale cada mañana temprano con su hija al colegio de la mano y canta canciones de vallenato en la mina de arcilla. El que todos conocen y apoyaron en las elecciones de la Junta de Acción Comunal, en la que no ganó, aunque quedó en segundo lugar.
"Yo quiero ser un líder para mi comunidad, porque los líderes son lo que se preocupan por las demás personas. Tengo la virtud de expresarme con fluidez, por eso cuando pelao quería estudiar derecho. Si ganará como presidente de la Junta de Acción Comunal me gustaría traer el agua potable y mejorar el servicio de gas en Las Casitas".
Al final de la jornada la mina de arcilla queda desierta. La llama de la hoguera se va extinguiendo sin nadie para alimentarla. Los ladrillos se apilan por todas partes, cubriendo esa porción verde del valle del Cesar adornada por algarrobos.